11 mar 2015

{ Reflexión matutina }

A veces cierro los ojos y me pregunto como coño se puede querer a una persona tanto sin apenas conocerla...


Pensar en las cuatro o cinco veces que nos hemos visto y recordar su forma de hablar, su mirada, sus ojos, su pelo, sus gestos, su sonrisa preciosa... su olor. Y no poder hacer nada, absolutamente nada por conquistarle.

Me frustro; muchísimo. Y cada día que pasa su rostro se incrusta más y más en mis pensamientos. El simple hecho de saber lo imposible que es una relación entre nosotros hace que me entren más ganas aún de querer intentarlo.  Querer.  Ahí está la clave. Porque a veces ni quiero, ya que pienso que es tan perfecto que creo que cualquier cosa que haga va a estropearlo todo (si es que ha llegado a haber algo). Además, apenas hablamos, y eso es el motor de mi imaginación, la razón por la que creé este blog, por lo que sigo creyendo que algo entre nosotros sería remotamente posible en un futuro espero que no muy lejano.

Solo imaginarme sus labios susurrando unas  buenas noches  ya basta para que duerma mucho más a gusto, tranquilo, protegido. Y es que no sé, siempre está como omnipresente, es como si su aura no se despegase de mi cuerpo, como si siempre estuviera presente en un rinconcito de mi corazón.
Es tan natural, tan simpático, sincero; [...],  es tan perfectamente imperfecto. Lo daría todo por él, aunque sé que él por mí no.